miércoles, 22 de febrero de 2012

Que pesimo negocio es tomar venganza

“No digas: Como me hizo, así le haré: daré el pago al hombre según
su obra”. (Proverbios 24:29)
El odio o el rencor no es un buen consejero; una persona que actúa
bajo el influjo de la ira terminará presa en sus propias acciones; la mejor
manera de ganar un pleito es evitándolo, sin embargo, muchas personas se dejan
llevar por los deseos de venganza o desquite, cayendo en retaliaciones o
revanchismos que no conducen a ninguna parte.
Fortunas, dinero y lo mas importante, vidas se han perdido
cada vez que una persona se hunde en el fango del resentimiento, y busca cobrar
cuentas con terceros; y sin darse cuenta que está entrando a un laberinto de
odios y rencores, de donde difícilmente se puede escapar sin salir dañado o
perjudicado de algún manera.
¿Por qué asociar este tema de las venganzas con lo
financiero? Por lo que ya hemos mencionado, las retaliaciones se llevan a cabo
a un costo muy elevado; por regla general, son mayores las pérdidas y los daños
irreparables que ocasionan, que algo positivo que las justifique.
Jesús enseñó sobre el perdón a una sociedad acostumbrada a la
ley del Talión, “ojo por ojo, diente por diente”. Cada vez que una persona toma
la decisión de hacer lo mismo que otro le ha hecho, se convierte en su
semejante; y la acción que condena la terminan imitando.
Tan perverso resulta el que hace daño a alguien, como aquel
que en venganza hace lo mismo. El
problema es que esto se convierte en una cadena de “toma y dame” de nunca
acabar, y las pugnas que inician los abuelos, las continúan los hijos y los
nietos, y se vuelve un asunto generacional.
Mientras las personas sigan usurpando el derecho de hacer justicia,
de tomarse la justicia por las manos, la cadena de conflictos seguirá sin resolverse,
y la gravedad crítica de los problemas se irá acentuando cada vez más.
Mencionábamos, el problema que genera involucrar a los hijos
en estos asuntos, algo que resulta invariablemente inevitable; muchos padres
llevados por la ira, o por el fragor de las circunstancias, olvidan que sus
hijos los observan, los emulan, los imitan y termina cumpliéndose aquello que
reza, “como somos nos reproducimos”.
Muchos hijos han heredado las banderas de sus padres, pero no
aquellas banderas que se ondean gloriosas al exhibir los valores que exaltan la
dignidad y la libertad humana, sino aquellas banderas que sirven para alentar
los ánimos iracundos movidos por intereses bélicos, que dan rienda suelta a la todo
tipo de expresión de agresividad.

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