“No aprovecharan las riquezas en el
día de la ira; mas la justicia librara de muerte. La justicia del perfecto
enderezara su camino; mas el impío por su impiedad caerá. La justicia de los rectos los librara; mas
los pecadores serán atrapados en su pecado”. (Proverbios 11:5-7)
Algunos piensan que el dinero lo
compra todo, por eso se atreven a comprar conciencias; pagan a otros para que
borren sus faltas. De allí aquel dilema,
¿Quién es mas culpable? ¿El que peca por la paga, o el que paga por pecar?.
En alguna época de la historia, la
religión promulgó una costumbre perversa totalmente alejada de la sana
doctrina, “el pago de indulgencias”, la gente pagaba dinero para que sus
pecados fueran borrados. Bien sabemos
que el único sacrificio suficiente para Dios por los pecados de los hombres, es
la obra redentora de Cristo en la Cruz.
Las personas cometen todo tipo de
fechorías, pero llega un momento en que la vida les pasa factura, y no habrá
dinero suficiente para cubrir o borrar sus faltas; abusan de su “suerte”,
cruzan el limite, y luego ni el dinero, ni las relaciones podrán salvarle de un
juicio implacable.
Solo hay un camino para evitar caer o
ser librados en el día del juicio o de la muerte, y es una vida recta delante
de Dios y de los hombres. Una persona que
ha actuado en integridad, será ésta su mejor carta de presentación y su mejor e
incuestionable defensa. Pero un
impío como puede ser librado, si sus
obras lo acusan.
El problema de fondo en una persona
que paga por la peca, es que insiste en pecar; en el o ella no se halla una
autentica actitud de arrepentimiento, de cambio; no solo paga cínicamente para
que sus pecados sean borrados, sino que en la mayoría de los casos, sigue en lo
mismo, sin intención de abandonar lo que viene haciendo.
Lo que no calcula, es que todo en
este universo tiene un límite, y existen leyes tanto físicas, humanas como
espirituales que no pueden ser desconocidas y mucho menos violentadas, y tarde
que temprano, “tanto va el agua al cántaro, que termina rompiéndose”.
Una de esas leyes infranqueables, es
la ley de la siembra y la cosecha, “todo lo que el hombre sembrare, eso segara”. Si una persona, a pesar de ser advertida de
no seguir en un camino de muerte, sigue por allí, terminará sufriendo las
consecuencias de un destino que la persona eligió y se fabricó.
No son el dinero ni las relaciones
las mejores aliadas a la hora de salvar el pellejo, sino un testimonio de vida
incuestionable. Si se han cometido errores, Dios y la vida nos darán la
oportunidad de corregirlos y de no volverlos a cometer, y en ese sentido,
siempre habrá una segunda oportunidad para quien quiera rehacer su vida y
conducirse por la senda recta de la verdadera prosperidad.
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