viernes, 3 de febrero de 2012

El error de creerse sabio en su propia opinion

“Fíate del Señor de todo tu corazón, y no te apoyes en tu
propia prudencia. Reconócelo en todos
tus caminos, y el enderezara tus veredas.
No seas sabio en tu propia opinión; teme a Dios, y apártate del mal;
porque será medicina a tu cuerpo y refrigerio para tus huesos”. (Proverbios
3:5-8)
Los paradigmas son formas de pensamiento al servicio de las
personas, resultan muy útiles cuando los usamos como guías que nos ayudan a
resolver rápidamente situaciones, pero se convierten en autenticas celdas o
prisiones, cuando se vuelen esquemas únicos, que cierran la mente o encierran a
las personas y las privan de percibir otras posibilidades.
Una persona paradigmática, esquemática, o como algunos le llaman
con la “mente cuadriculada”, difícilmente da el brazo a torcer; asume
posiciones inflexibles, rígidas, que terminan marginando a la personas a otras
alternativas de acción.
Por supuesto, que no estamos hablando de principios, los
cuales no se negocian; sino de formas de ver las cosas, posiciones frente a una
situación, maneras de comportarse, decidir, de hacer las cosas, las cuales, la
persona no quiere dejar ni abandonar; y esto le lleva en muchos casos a actuar
de manera terca, necia y caprichosa.
La prueba reina que enfrenta la persona, no tiene que ver con
otras personas, ni consiste en cotejar o confrontar sus pensamientos con los de
otros, sino cuando la persona es confrontada con la verdad de Dios; cuando en
un lado de la balanza están puestos los pensamientos de la persona y en el otro
lado, los pensamientos de Dios, sus principios eternos.
Es muy lamentable observar como una persona se labra su
propio fracaso, por el solo hecho de conservar una actitud inalterable, por
cerrarse a un universo que ni siquiera conoce y mucho menos ha considerado o
puesto a prueba.
Hay personas que prefieren sufrir las consecuencias de sus
decisiones equivocadas, que pasar por la “penosa” (así lo ven) pero sabia y
oportuna reconsideración de su posición. Prefieren salir lesionados de alguna
manera, que reconocer sus errores o equivocaciones. Y si tuvieran oportunidad
volverían hacer las cosas igual.
Y ni que decir, de lo incapaces que se vuelven a la hora de
pedir de perdón, de reconocer a otra persona que sus errores causaron daño o
lesionaron a terceros. Sin embargo, el sabio Salomón, nos ofrece una única
alternativa, confiar en Dios sin reservas.
Y la demostración de esa confianza es una vida de obediencia
a sus principios; es aceptar que nunca la mente de la criatura supera a la de
su Creador; que no hay un bien mejor, que una persona pueda hacer por si misma
y por otros, que dejarse conducir de su Señor, y de algo si puede estar seguro,
se va ahorrar muchos dolores de cabeza, del cuerpo y del corazón.

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