viernes, 17 de febrero de 2012

La bendición de sentarse a la mesa en familia

“Mejor es un bocado seco, y en paz, que casa de contiendas
llena de provisiones”. (Proverbios 17:1)
Hay bienes espirituales y emocionales que son invaluables y
que de ninguna manera están al nivel de los bienes materiales; y de buena gana
se cambiaria un bocado seco pero en paz, que estar frente a un banquete
servido, pero en medio de disputas y discusiones.
Hay familias en los cuales sus miembros no se soportan, ni
siquiera pueden sentarse a la mesa y compartir juntos una cena. Que bendición tan grande, el que una familia se
junte en torno a la mesa, y se una en espíritu y de corazón en oración dando
gracias por la provisión de cada día.
Hay muchos que su comida es un “pan de dolores”, porque al
momento en que toman los alimentos están cargados de tensión, de conflicto, de
emociones negativas fuertes, y no hay que ser un experto en la materia, para
entender, que una comida bajo esas condiciones no es provechosa, el organismo
no la asimila correctamente.
Sin pretender rendirle culto a la comida, el momento en que
tomemos los alimentos debe ser una especie de ritual, donde todo nuestro ser, espíritu,
alma y cuerpo, estén concentrados en lo que se está haciendo, y asimilando cada
porción de comida, de tal manera que sea una ingesta nutritiva para el alma y
el cuerpo.
Hay personas mezquinas que humillan a sus comensales con el
plato de comida que les sirven, los cuales pueden ser sus padres, sus hijos, algún
pariente o amigo. ¿Cómo una persona puede hacer esto? ¿Cómo puede humillar a
otro por un plato de sopa, por un poco de arroz?
Jesús dijo: “cuantas veces tuve hambre y no me diste de
comer? ¿Cuántas veces tuve sed y no me diste de beber? Y preguntaran, ¿Cuándo te
vimos así? Y el dirá: “cuando lo hicieron con uno de mis pequeñitos conmigo lo
hicieron”.
La cena tiene tal valor espiritual que fue justamente en este
escenario donde Jesús dio a sus discípulos una de las lecciones mas profundas
del amor, la fe, el servicio, la humildad; cada vez que tomen esta cena, en la
forma que él lo hizo, dijo en aquella ocasión, siguen mi ejemplo y hacen
memoria de mi.
Dejando en claro que una cosa es la santa cena y algo muy
distinto es una comida habitual, no por eso debemos quitarle a la comida el carácter
sagrado y santo; ofreciendo a Dios esos alimentos y dando gracias por su provisión
generosa; tanto por la física como por la bendición de disfrutarlo en paz y armonía.
Si una familia no tiene la oportunidad de reunirse diariamente,
deben procurar hacerlo con cierta frecuencia, y siempre aprovechar esa valiosa
oportunidad de “compartir el pan y las oraciones”, de la manera que los hacían los
discípulos del primer siglo, lo que generó en ellos unos bastiones
fundamentales de la fe: La unidad y el amor.

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