Hablar menos y hacer
más
“El hombre será saciado de bien
del fruto de su boca; y le será pagado según la obra de sus manos”. (Proverbios
12:14)
Una de las conductas y
comportamientos más negativos y arraigados en la naturaleza humana es la
tendencia a hablar mucho y obrar poco. Y
como todo aquello que corresponde a una vida fuera de disciplinas, es menester
poner esto bajo control.
Es bien sabido que de toda
palabra que salga de nuestra boca tenemos que dar cuenta; el lenguaje de una
persona denota como está su realidad interior; es fácil conocer como anda una
persona en su corazón por lo que expresa con sus palabras, “de la abundancia
del corazón habla la boca”.
Quienes comprenden, la poderosa
influencia que tienen los pensamientos y palabras en la vida de las personas,
son más cuidadosos con los pensamientos que abrigan en su mente, de lo que
guardan en su corazón y de las palabras que usan.
Una persona que todo el tiempo se
queja, se lamenta, critica u ofende, está ocasionando que las puertas se le cierren
a su paso; ¿Quién quiere hacerse amigo de una persona llena de negativismo o
amargura? ¿Quién quiere arriesgarse con una persona ofensiva, agresiva y
hostil?
De otra parte, están aquellas
personas que hablan mucho pero obran poco; que se quedan en promesas que no
cumplen; o se la pasan por la vida dando explicaciones de porque no han
cumplido con su deber; o justificando su improductividad o mediocridad, y en
eso, son muy buenos parloteadores.
En la última década ha surgido
una nueva generación de “magos de la comunicación”, aquellos que se han
dedicado a ganarse la vida hablando, y han desarrollado un poder de la palabra
hablada que llega a ser muy convincente y logran mover masas.
Y estos genios mediáticos los
encontramos no solo en los medios de comunicación, sino también en las
empresas, en las iglesias, auténticos “encantadores de serpientes”. Algunos se auto proclaman conferencistas y
hasta gurús. Y hay una inquietante masa humana, que se ha acostumbrado a
escuchar pero no a actuar.
El asunto es que no podemos
pasarnos por la vida hablando de como debieran ser las cosas, o de como nos
gustarían que fueran, sino que debemos hacerlas. Es muy fácil hablar, decir,
proponer, juzgar, criticar, pero es más difícil obrar. Las palabras pasan, las obras quedan,
permanecen.
Y al final, cuando la vida pasa la cuenta de cobro, cada
uno recibe su recompensa, no por cuando haya hablado sino por cuanto haya
hecho. Las palabras, promesas, predicas,
discursos que no vayan avalados o acompañados de hechos contundentes, solo son
eso, palabras que se olvidan, se las lleva el viento o las borra el tiempo.
Por Alexander Dorado.
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